Rafa Nadal volvió a tocar la gloria este domingo en París. Esta vez, sin embargo, llevándose un triple botín: 13 títulos de Roland Garros, 20 coronas de ‘Grand Slam’ y 100 victorias sobre la tierra de la capital gala.
Novak Djokovic, llamado a ser el que luche con él para ser el mejor de todos los tiempos, hincó la rodilla con un tanteo de 6-0, 6-2 y 7-5, en 2 horas y 41 minutos, y tras un último saque directo.
No había dudas de que en casa de Rafa sólo gobierna Rafa. Ha necesitado 10 partidos en su superficie favorita para lograr su mejor versión. Eso también lo da el hecho que creció en ella. Habían pasado seis años, cuatro meses y tres días de la última victoria del español sobre el serbio en el torneo. Fue en la final de 2014.
Nadal supo poco antes del partido que se encontraría un invitado no esperado en la final. La lluvia aparecía en el cielo de París y la organización se veía obligada a cerrar el techo. Nunca antes había jugado en esas condiciones el balear en la capital gala en sus 12 finales anteriores.
Rafa, algo que casi nunca pasa, saltó primero a la arena. Fue así porque el jugador de mejor ranking es el último en salir. Y ese era Djokovic, el primer favorito del cuadro y número uno mundial.
El serbio vio muy de cerca los saltos de canguro de su rival para calentar su musculatura. El español fue presentado el primero y el speaker casi se queda sin voz al relatar todo su historial en los Internacionales de Francia.
Tantas victorias asustarían a cualquiera menos a Nole, que nació hace 33 años en los Balcanes para tocar la gloria en el deporte de la raqueta. El pupilo de Marin Vajda, con frío y humedad en el ambiente, tenía clara la táctica: dejadas siempre que pudiera. Conectó ya cuatro en el juego inicial.
Nadal, a lo suyo, luchaba cada punto como si fuera el último. Es la definición de su carrera. Primer asalto y primera rotura. Djokovic iba con extremo cuando debía conectar remates cerca de la red por sus problemas en el hombro y el cuello. Con el mejor jugador de la tierra si no vas al límite, pierdes.
El revés cruzado, que tanto se reclamaba el ya campeón de 20 grandes, llegó en el momento preciso y en el lugar adecuado: la Philippe Chatrier el último día de competición.
Cinco dejadas acumulaba Djokovic cuando cedía por 2-0. Lo que normalmente es un recurso parecía una necesidad. La pelota botaba poco, pero no había justificante para abusar de ese tiro contra alguien que corre bien hacia delante.
Nadal supo poco antes del partido que se encontraría un invitado no esperado en la final. La lluvia aparecía en el cielo de París y la organización se veía obligada a cerrar el techo. Nunca antes había jugado en esas condiciones el balear en la capital gala en sus 12 finales anteriores.
Rafa, algo que casi nunca pasa, saltó primero a la arena. Fue así porque el jugador de mejor ranking es el último en salir. Y ese era Djokovic, el primer favorito del cuadro y número uno mundial.
El serbio vio muy de cerca los saltos de canguro de su rival para calentar su musculatura. El español fue presentado el primero y el speaker casi se queda sin voz al relatar todo su historial en los Internacionales de Francia.
Tantas victorias asustarían a cualquiera menos a Nole, que nació hace 33 años en los Balcanes para tocar la gloria en el deporte de la raqueta. El pupilo de Marin Vajda, con frío y humedad en el ambiente, tenía clara la táctica: dejadas siempre que pudiera. Conectó ya cuatro en el juego inicial.
Nadal, a lo suyo, luchaba cada punto como si fuera el último. Es la definición de su carrera. Primer asalto y primera rotura. Djokovic iba con extremo cuando debía conectar remates cerca de la red por sus problemas en el hombro y el cuello. Con el mejor jugador de la tierra si no vas al límite, pierdes.
El revés cruzado, que tanto se reclamaba el ya campeón de 20 grandes, llegó en el momento preciso y en el lugar adecuado: la Philippe Chatrier el último día de competición.
Cinco dejadas acumulaba Djokovic cuando cedía por 2-0. Lo que normalmente es un recurso parecía una necesidad. La pelota botaba poco, pero no había justificante para abusar de ese tiro contra alguien que corre bien hacia delante.