Exhibición del Campeón de Copa y del capitán Andrés Iniesta en la cuarta Copa consecutiva del Barça.
El padre de Iniesta: «Va a dar un paso duro… Si elige marcharse creo que es un buen momento»
El del Fuentealbilla dejará una huella profunda en el fútbol español, tal y como demostró en la que probablemente será su última final como azulgrana. En plenitud dirigió al mejor Barça en años para firmar la mayor goleada en una final copera entre equipos de Primera. Barrió a un Sevilla irreconocible, abroncado por su público, justo castigo a un partido horroroso. Ni supo ni pudo dar respuesta al campeón.
Hubo poca final porque así lo quiso el Barça. Y no fue por el talento de Messi, la inteligencia de Iniesta o la voracidad de Suárez, que también. Es que el cuadro azulgrana en bloque reservó su mejor versión para arrasar al Sevilla del Wanda Metropolitano. Puede que la tragedia de Roma tuviera que ver la reacción rabiosa del equipo de Valverde. Es posible. Lo cierto es que todos los mecanismos encajaron a la perfección desde el primer instante.
En medio de una atmósfera eléctrica, con la afición del Sevilla empujando con sus gargantas desde el himno, el Barça marcó territorio de entrada. Se hizo con la pelota y apretó con fiereza en la salida del rival. Iniesta midió los tiempos en el costado izquierdo y empezó a hurgar por esa zona junto a Alba. La fiabilidad del manchego con la pelota invitó a asociarse al resto del equipo, mientras al Sevilla le costaba coger el pulso al juego.
Al borde del minuto 10 ya avisó Messi con un golpe franco muy lejano (unos 30 metros) que tuvo que sacar Soria de la escuadra. No hubo más disparos de fogueo. Buscó la presión alta el Sevilla, aclaró al portero y Cillessen encontró un boquete a 50 metros. El pase, digno de Xavi o Iniesta, contó también con la complicidad de Soria que dudó y reculó. Countinho lo aprovechó para entregar el gol a Suárez.
El gol a los 13 minutos sacó al Sevilla del verde. Buscó la reacción por el carril de Navas, digno heredero del equipo campeón. Desde allí llegaron dos servicios extrarodinaros que no encontraron precisión en los remates de N’Zonzi y Mudo Vázquez. Fue el único tramo que levantó al sevillismo de sus asientos. Cada pérdida en la circulación ofrecía campo abierto para la contra culé por las dificultades de los pivotes para cerrar. Además, Suárez sacaba de zona a Mercado y con él a toda la línea defensiva.
La variedad del ataque azulgrana reventó el partido antes del descanso. El segundo cayó por el costado derecho. Lo detonó Iniesta buscando a Alba en línea de fondo. El lateral buscó atrás y encontró a quien suele estar, Messi, que resolvió por arriba. Desequilibrado y desquiciado, el Sevilla se fue y el Barça no lo desaprovechó. A la contra, Messi y Suárez diibujaron la pared en vertical y cayó el tercero.
Invicto hasta que llegó al vestuario del Metropolitano, la temporada copera del Sevilla tenía poco que ver con lo ofrecido en Liga. En el peor momento apareció ese equipo largo y blando, sin equilibrio y sin ambición salvo por la banda de Navas y el relevo de Sandro por Correa tras el descanso. Al menos el canario metió sangre y verticalidad, en un segundo acto de monumental rondo culé.
Estaba escrito que la mayor goleada en una final copera tendría que llevar la firma del jugador más importante en la historia del fútbol español. Sí, Iniesta. El capitán, inmenso en la elaboración, se atrevió en el área, que no es su territorio natural. Se asoció con el mejor, que le sirvió en profundidad y el manchego hizo el resto. Se fue de Soria y marcó a puerta vacía. Un gol extraordinario, como lo que ocurrió al ser sustituido. Todo el estadio en pie, incluida la magnífica afiición del Sevilla, dolida por la goleada y señorial con el capitán azulgrana.
Fue un colofón magnífico a una victoria incontestable, agrandada por Coutinho de penalti. El final de película a una época memorable, con un futbolista inigualable. Iniesta merecía un título como protagonista.