Creo que el FC Barcelona- R. Madrid del pasado sábado resultó uno de los peores clásicos que recuerdo. A nivel futbolístico, ni culés ni merengues ofrecieron su mejor versión. El Barça estuvo lento, previsible y menos generoso en el esfuerzo que en envites anteriores. El Madrid, conservador y práctico, alejado de cualquier virtuosismo. En el segundo tiempo, entre la desidia local y el arréon de los blancos, los tres puntos volaron, con justicia, camino de la capital. Una victoria que pudo peligrar por el mal partido de Sergio Ramos, siempre pasado de frenada. Tampoco Luis Enrique, desde el banquillo, tuvo una noche inspirada y, a nivel de campo, ni Messi ni Neymar lograron superar el ultradefensivo sistema rival. En el R. Madrid, Cristiano Ronaldo estuvo desaparecido durante 80 largos minutos, pero resultó decisivo para sus colores, con un buen gol, un disparo al travesaño y la asistencia en el gol, mal anulado, a Bale. Esa es la fuerza de los cracks, que marcan diferencias.
Fue un clásico muy poco clásico. Posiblemente, con tanta diferencia de puntos, la carga psicológica pudo con el efecto de los números. Y resulta evidente que, a nivel mental, el R. Madrid salió muy reforzado y con la autoestima disparada. En el aspecto futbolístico está claro que la buena trayectoria del Barça, con un confortable colchón de puntos, podía permitirse un pequeño borrón. Pero sólo en la liga. La Champions es otra historia, esa competición donde el margen de error es mínimo, por no decir nulo.