Un Barça de cinco estrellas. Un fútbol de cine. Un equipo solidario que depreda a sus víctimas sin compasión alguna, llámense como se llamen. Juegan a una intensidad sobrenatural y sus jugadores trabajan a destajo durante los noventa minutos del partido. Al margen de la lógica cuota de mérito de los artistas, quiero atribuir una enorme dosis del éxito de este grupo a la sabia dirección técnica de Luis Enrique. Confieso que, en su momento, me contaba entre los numerosos detractores que no estaban convencidos de su fichaje. Su carácter vehemente tampoco ayudaba. Pero no me duele rectificar tal opinión y reconocer mi error. El asturiano me ha ganado como gran gestor de este grupo y está rozando la perfección. Lucho ha logrado que el equipo pueda sobrevivir sin Messi, algo impensable en cualquier otro Barça. Ha destapado la calidad de Neymar. Ha sacado del cascarón del olvido a un polivalente Sergi Roberto y saca brillo del mejor rematador del mundo, el charrúa Luis Suárez. Naturalmente, sin olvidar la calidad de Iniesta o la inteligencia de Sergio Busquets. No hay mejor centrocampista en su posición que el de Badía. Todo lo ejecuta con maestría. Es una mezcla de inteligencia y liderazgo en el medio campo, un prodigio de futbolista.
Para muchos, este Barça está al nivel de los mejores años de Guardiola. Creo que aquel equipo era todavía superior en el concepto defensivo, con el jerarca Carles Puyol como estilete. Pero déjenme pensar que el de Luis Enrique es un conjunto más versátil, con numerosas altrernativas. Tan pronto son capaces de jugar al toque con precisión y criterio, como explotan la virtud de ejecutar a los rivales con velocidad y juego vertical, matándoles a la contra. Si son capaces de mantener este nivel, no hay rival que se les resista. Mejorarlo, a día de hoy, me parece una utopía. Pero van de festival en festival.