Un gran gol de falta de Messi dispara al Barça en la lucha por el título de Liga. El Atlético, inofensivo en el Camp Nou, queda a ocho puntos de distancia
El día que se decidía la Liga, decidió. En el campo del eterno rival, decidió. En el derbi de Barcelona, decidió. En partidos complicados, decidió. En encuentros incómodos, decidió. A Leo Messi poco le importa el momento, el lugar o el rival, simplemente aparece para hacer ganar a los suyos.
Cuatro dobletes, un hat trick y un póker son unos números inalcanzables para ningún otro futbolista de LaLiga. Sus números, sus regates, su capacidad para intimidar al rival o su liderazgo del que tanto se ha escrito en los últimos tiempos han llevado a su equipo a dejar casi finiquitada LaLiga en el mes de marzo, algo poco habitual en el fútbol de hoy en día.
Con cuatro goles en los tres últimos partidos disputados y con los mismos tantos más una asistencia en cuatro encuentros, Messi sigue haciendo historia en el Barcelona, en el balompié español y en el fútbol continental, que sigue disfrutando de La Era Messi.
El cielo debía tener la respuesta. Hacia allí voló la pelota, embrujada desde el mismo momento en que recibió el impacto del botín de Messi. Saúl y Diego Costa saltaron todo lo que pudieron para ver si conseguían atraparla. Les fue imposible. Para desgracia de Oblak, que sabía que el cielo devolvería ese balón con un efecto rotatorio imposible de descifrar. Para desgracia del Atlético, que acabó por entender que si Messi pretende la Liga, nada basta. Ni siquiera la fe. Esta época es suya.
La tarde, que nació emocionada ante el homenaje a Quini y el desconcierto por el fallecimiento del capitán de la Fiorentina, Davide Astori, exigía la mejor virtud del Barcelona y el Atlético. El primero debía demostrar que la obra de gobierno de Ernesto Valverde es realmente consistente. El segundo, que su trepidante acelerón del último mes fue algo más que un ejercicio pirotécnico. La respuesta resultó evidente en un partido en el que los azulgranas gobernaron con mano de hierro a los de Simeone en el primer tiempo, y resistieron con grandeza en el segundo.
No hay persona que aborrezca más la sorpresa y el caos que Valverde. Alineó el técnico al mejor once posible, es decir, con Coutinho. Aunque el brasileño tuviera que escorarse a la derecha en ese 4-4-2 parido para extremar el orden.
A la propuesta le daba todo el sentido del mundo Andrés Iniesta. El manchego es de aquellos futbolistas que intuyen cuándo es su día. Durante 22 minutos, el capitán azulgrana fue Rudolf Nuréyev entre esos cuatro mediocentros con los que Simeone pretendía corromper el baile. Thomas, Gabi, Koke y Saúl, cuyo rendimiento fue desesperanzador, se miraban entre ellos sin entender nada. Iniesta abría líneas, creaba superioridades y sorteaba, pero también recibía, las patadas que hicieran falta
El técnico rojiblanco destacó el papel del argentino