El RCD Espanyol no atraviesa por un buen momento. A nivel deportivo, la temporada ha sido de lo más insulsa, con un fútbol mezquino y unos resultados no acordes con la calidad de la plantilla. La poca conexión de QSF con la grada y con el vestuario precipitaron unos acontecimientos que hicieron mucho daño a la marcha del equipo. La recuperación en la recta final, de la mano de David Gallego, ha maquillado un curso que debe servir para tomar nota de tanta sinrazón y no caer, de nuevo, en flagrantes errores que han calado muy hondo en el alma de los aficionados pericos. Las pobres asistencias de espectadores al RCDE STADIUM no pueden pasar desapercibidas para la cúpula del Consejo de Administración. De hecho, tal tema debe suponer un desafío fundamental para el nuevo director corporativo, de cara a mejorar un asunto tan delicado. Dudo mucho que el aumento en la cuota de los abonos favorezca mayor afluencia al campo, más bien al contrario.
Al margen de lo deportivo y lo social, otro de los aspectos fundamentales es la desafección y la nula empatía de la afición con los dirigentes del club. Nunca se había vivido tan poca sintonía. Se añoran aquellos tiempos en los que la cúpula de la entidad estaba comandada por auténticos espanyolistas que sentían los colores y se partían la cara ante cualquier situación que perjudicara al club. Ahora, se echa de menos la figura del portavoz que defienda los derechos de los pericos ante cualquier contingencia, una asignatura pendiente para resolver a muy corto plazo.
Resulta evidente que deberemos acostumbrarnos a estas nuevas estructuras, especialmente si la propiedad recae en una sola persona, como en el caso del RCDE. Pero que la propiedad tenga presente y no olvide jamás que el fútbol y los clubes tienen un componente sentimental que no encontrarán en las empresas convencionales.