Punto y final a un Giro apasionante, de cinco estrellas. La carrera italiana es un canto maravilloso al buen ciclismo. El país y sus aficionados veneran lo que representa el espectáculo de la bicicleta. Toda Italia se viste de rosa, los escaparates se engalanan presumiendo de la historia de su carrera y los ciclistas son respetados y amados hasta la saciedad. En lo deportivo, la península itálica, por su enorme variedad geográfica, es un terreno que favorece recorridos excepcionales que acostumbran a ser sinónimo de espectáculo. Desde los Apeninos a las grandes cimas Dolomíticas, la dureza de los puertos aporta ese plus de belleza que impregna de glamour toda la competición. El Giro, en general, es batalla, deporte en estado puro y, sobre todo, una carrera menos previsible que el Tour, donde todo parece estar más planificado y mejor estructurado. Luego, la carrera siempre es imprevisible, pero en el Giro se suele correr con una mentalidad diferente a la de la Francia
Este año nos hemos encontrado con un Giro espectacular. De entrada, Chaves y Yates dinamitaron la prueba. Más tarde en colombiano se hundió y el inglés se lució, hasta el punto de parecer imbatible. Pero la gran gesta del ciclismo llegó de la mano de Fromme, con una exhibición majuestuosa en la jornada de los colosos Finestre, Sestrière y Bardoneccia. Una etapa antológica, en la que Yates, hasta entonces líder de la prueba, cedió la friolera de casi 40 minutos en línea de meta.
En el aspecto deportivo, la victoria de Froome es incuestionable. Nadie puede discutir ni cuestionar la ambición y la gran categoría del ciclista inglés. Pero, por otro parte, la amenaza de una posible sanción por el positivo de La Vuelta, podría mandar al traste la maglia rosa y la gran exhibición del líder del equipo SKY. Creo que la UCI debería articular un modo mucho más ágil para la resolución de este tipo de casos. No es de recibo que un presunto positivo en el mes de septiembre de 2017 no haya tenido, ocho meses después, una sentencia definitiva. Se trata de un tema que perjudica al ciclismo en general, tanto a nivel del corredor, como de organizadores y, naturalmente, de unos aficionados que pondrán en tela de juicio las victorias de Froome, mientras no conozcan la resolución definitiva del asunto. No es de extrañar que los dirigentes del Tour se estén planteando vetar la presencia del ciclista inglés. No quieren generar dudas ante una opinión pública muy impactada por algunos casos que han salpicado de polémica y suciedad el ciclismo de los últimos años.