Fernando Torres levanta un trofeo con el Atlético en su despedida
En las todas las grandes noches del Atlético, sus genios se han negado a quedarse dentro de su lámpara. Ocurrió en Hamburgo con Forlán, hace ocho años. Se repitió en Bucarest con Falcao, seis atrás. Y este miércoles, cuando la intensa bruma de las bengalas marsellesas se disipó, sucedió lo mismo en Lyon. Desde la nada, porque el Atlético pasó inadvertido durante un buen rato, se asomó Griezmann a su final. Quién sabe si la última como rojiblanco. Apareció de repente para poner las dos manos encima a esa copa que pasaba tan cerca de su puerta. Porque aunque las finales se ganan con el corazón, siempre es mejor tener un genio de tu lado. Y así, de la mano del francés, fue como los rojiblancos volvieron a levantar un título cuatro años después. Aunque no entraba en sus planes, nunca está bien despreciar una copa. Y menos si es de este tamaño.
Porque al Atlético le pueden fallar muchas cosas, pero el instinto no tiene por costumbre hacerlo y por eso se lanzó Diego Costa a morder a Mandanda. Y por eso estaba ahí Gabi para convertir en asistencia la indecisión de Anguissa. Y, por eso también, irrumpió Griezmann para enmudecer a sus ruidosos compatriotas. Para engañar a todos menos a su cabeza y a su corazón. Con ellos también empujó el que fue su primer gol en una final. Porque hasta ese fogonazo, transcurrieron 20 minutos incómodos y algo angustiosos para el Atlético. El novato en estas noches parecía él. Le costó saber qué era lo que había ido a hacer a Lyon. Como si no se lo hubiera recordado veces el ausente Simeone. Pero fue el Marsella el que empezó metiendo miedo. Primero con un zarpazo de su delantero Germain. Después, con otro de Rami. Las constantes imprecisiones rojiblancas eran gasolina para el motor marsellés, que fue carburando a tope con ese desconcertante arranque de su rival. Fue un pequeño baile de bienvenida que poco a poco se fue diluyendo. Tal vez porque Payet, su faro, comenzó a darse cuenta de que algo no iba bien. Minutos después del gol de Griezmann, la estrella del Olympique acabó marchándose entre lágrimas. Los problemas musculares que le habían convertido en la gran duda, le dejaban fuera del partido del año para su equipo.