Unai Simón detiene dos lanzamientos en la tanda de penaltis tras un partido en el que España sufrió como nunca antes de que Suiza se quedara con uno menos
Sólo faltaban unos penaltis. No hay Eurocopa sin ellos. Sucedió en 2008 y 2012, el doblete que llenó las calles. En las tandas se construyen héroes. Pasó con Casillas y con Unai Simón, un portento para tapar los lanzamientos de Schar y Akanji. España supera otra cima en un torneo en el que todavía hay hueco para más éxtasis.
En esa cruel tómbola cayó Suiza, un grupo de resistentes ante una España que sufrió como nunca. Lo pasó mal después del gol inicial y tras el empate. Se alivió después de la roja a Freuler. Quedaban los penaltis, donde Unai Simón se tomó la revancha tras unas jornadas de pesadumbre. No hay mejor manera de salir de un problema. El meta dio una lección de encaje tras su error y celebró su exhibición como merecía. Tras sus paradas le tocó decidir a Oyarzabal, que no tembló ante un Sommer en tipo leyenda.
Hay partidos que se entienden muy bien cuando se mira el acta. Ahí queda todo claro. España está en semifinales de la Eurocopa. En el calendario no ponía nada de épica, hazañas y epopeyas. En los campeonatos donde cada tres días hay un precipicio hay jornadas que son así. No hubo espacio para abrir una joyería. Se ganó y ya está.
Algo que no se le puede reprochar a España es la autoridad. Empieza el partido, coge el balón y domina. No había grandes motivos para el debate con la alineación. Entraron Pau Torres por Eric García y Jordi Alba por Gayà. Enfrente no estaban Mbappé, Benzema o Griezmann, sino los que les habían mandado a casa.
El fútbol ha cambiado tanto que el Borussia Moenchengladbach, la antigua finca de Vogts, Bonhof, Simonsen, Heynckes o Stielike, es ahora la médula de Suiza, con Sommer, Embolo, Zakaria o Elvedi. El talento y la chispa por el tendón y la fortaleza.
España no estaba cómoda
La energía atómica que demostró ante Francia obligaba a la precaución. La baja de Xhaka, su barómetro, el agitador del Arsenal, era un cráter y más cuando su sustituto Zakaria metió la gamba en un remate de Jordi Alba que desvió fuera de la mirada de Sommer. La ruleta de la fortuna seguía en poder de España.
Un gol así de tempranero necesita una buena digestión. La selección española de Luis Enrique no encontró los caminos del área de otros días. El centro del campo de carrerilla, Busquets, Koke y Pedri, no daba síntomas de comodidad. España tenía el balón, pero no tenía el partido. Suiza, con poco ingenio salvo cuando el balón llegaba a Shaqiri, que se cayó de pequeño en la marmita de Puskas, sólo inquietaba en balones parados.
El saco de las desgracias suizas también les dejó la lesión muscular de Embolo, la bala de la banda derecha. El partido se tambaleaba sin ocasiones en ninguna de las dos áreas. Ferran y Sarabia intercambiaban de banda, un clásico para encontrar autovías sin explorar. No había manera. Suiza empezaba a llevar el encuentro a su aduana.
Para aclarar el paisaje Luis Enrique agitó el avispero. Sarabia, tocado, y Morata dejaron sus puestos a Dani Olmo y Gerard Moreno. El jugador del Leipzig iba a sacar los infrarrojos para jugar entre líneas. Suiza ya había cogido la perforadora. Zakaria y Zuber avisaron antes de que Freuler, tras un rebote en Pau, dejara el empate hecho a Shaqiri. El barril de pólvora del Liverpool no perdonó.
Una roja de alivio
Empezaba un partido nuevo de media hora. España necesitaba una toalla húmeda, un calmante y nuevas pilas para volver al circo romano. Luis Enrique prefería guardar cambios. En uno de los ratos de revuelo, Freuler se lanzó sin frenos a por un balón dividido con Gerard. Dio balón y dio rival. Un árbitro inglés, Michael Oliver, con más prestigio que aciertos, expulsó al suizo. Suiza se quedaba con diez, sin Freuler, su guía, y sin Shaqiri, sustituido para que entrara otro soldado.
Suiza se metió en la cueva a la espera de un milagro. Luis Enrique se acordó de Marcos Llorente para entrar con un purasangre en la prórroga, el nuevo piso de España en el torneo. El área suiza era una montonera. Gerard falló un remate claro a pase de Jordi Alba, una mina todo el partido, antes de que Sommer comenzara el rodaje de un videoclip. El meta suizo iba de héroe.
Se disputaba un partido en treinta metros. Suiza había construido un monumento al sufrimiento. Sommer aguantó las tablas. Esperaba un dramón, la tanda de penaltis, el episodio cruel que da y quita héroes. Ahí estaba Unai Simón.